Una realidad escondida en el desván de nuestra memoria

El olvido, en suma, es la fuerza viva de la memoria y el recuerdo es el producto de ésta.

Los recuerdos de infancia se asemejan a recuerdos-imágenes: la cotidianidad de nuestra existencia, paisajes o rostros desaparecidos que encontramos también, aveces, fugitivamente, en nuestros sueños, detalles incongruentes, sorprendentes por su aparente insignificancia.

Partir en busca del recuerdo más antiguo es una experiencia extraña y decepcionante, pues es extraño que nos conformemos con dejar que acudan las imagenes por si solas, sin intentar ponerlas una fecha, situarlas, relacionarlas, en definitiva, convertirlo en un relato.

El olvido es necesario para la sociedad y el individuo, uno mismo. Hay que saber olvidar para saborear el gusto del presente, del instante y de la espera, pero la propia memoria necesita también del olvido: hay que olvidar el pasado reciente para recobrar el pasado remoto.

Sin embargo al intentar recordar algo, por muy solitario que sea el recorrido estará perseguido bajo la formade lamento o de nostalgia; una persona manifiesta a veces la necesidad de recapitular su existencia, de explicar su vida, de darle coherencia.

Al fin y al cabo el pasado ha ido formando poco a poco nuestro presente, y con las decisiones del presente vamos llegando poco a poco al futuro.

Pero si tengo que recordar el pasado, lo recuerdo con muy buen sabor de boca ya que todo lo que pasa es por algo, hay que quedarse con los momentos buenos, porque sinceramente el rencor me da asco y pienso que no sirve para nada, y de todo se aprende a base de palos y buenas experiencias.